Las Golondrinas del puerto de Barcelona son una atracción para visitantes de todas las edades que comenzó su aventura en 1888, coincidiendo con la Exposición Universal y la construcción de la estatua de Colón.

En las idas y venidas diarias del puerto al rompeolas, navegando entre grandes barcos y esquivando obstáculos normal sería que algún accidente tuviesen a lo largo de los años.
El más grave ocurrió un 26 de noviembre de 1922 cuando la Golondrina Nº 2 llegaba a la Estación Marítima donde se encontraba atracado del vapor Infanta Isabel de Borbón.
La Golondrina Nº 2 se encontró con otro vapor que se aproximaba a excesiva velocidad, el vapor Nº 1 de la Compañía Arrendataria de Tabacos.
Sin apenas tiempo para reaccionar, el comandante del vapor ordenó marcha atrás para esquivar a la nave que se le echaba encima. De nada sirvió ya que el barco abordó a la Golondrina quedándose empotrado en su costado.

En la foto el Vapor Nº 1 de la Compañía Arrendataria de Tabacos

Tras el impacto con el vapor de la Compañía Arrendataria de Tabacos se dieron cuenta de la vía de agua abierta que había ocasionado el abordaje, la situación se agravó cuando el vapor de la tabacalera se separó de la Golondrina provocando una masiva entrada de agua en su interior y el hundimiento de la Golondrina en pocos segundos.
A los pocos minutos del naufragio se organizó un dispositivo de rescate improvisado desde el vapor Infanta Isabel de Borbón.
Muchos marineros se lanzaron al agua para salvar a los náufragos. Todos los botes y embarcaciones que estaban en la zona se prestaron rápidamente al salvamento, entre ellas habían lanchas de los prácticos y de la Junta de las Obras del Puerto.
Desde el vapor Infanta Isabel se intentó izar el casco de la Golondrina ya que se creía que en su interior aún quedaba gente atrapada, pero el cable de la grúa se partió y la Golondrina volvió al fondo.

Diez náufragos fueron trasladados a la enfermería del Infanta Isabel pero poco pudo hacerse por ellos. El resto fue conducido a la Casa de Socorro más cercana.
La prensa destacó la acción de un perro que se lanzó al agua desde el vapor Infanta Isabel de Borbón, el perro fue capaz de rescatar a un niño de seis meses cogiéndolo por la ropa y poniéndolo a salvo, por desgracia el bebé ya estaba muerto cuando el perro lo sacó del agua.
El patrón y un marinero del remolcador Montseny, también se lanzaron al agua y rescataron a siete personas; cuatro niños, dos mujeres y a un hombre.
El resultado del accidente se saldó con 24 heridos y 10 fallecidos, entre los que había dos niños de 6 y 7 años y otro de 6 meses.
Al día siguiente se logró extraer del casco los cadáveres que aún quedaban y reflotaron la Golondrina depositándola en el Muelle de Cataluña.

A pesar del terrible accidente sufrido, el servicio de las Golondrinas volvió a restablecerse con normalidad.

Los periódicos de la época se hicieron eco de la noticia pero se publicó dos días más tarde ya que por entonces los domingos no trabajaban las rotativas.

A continuación podéis leer la crónica de La Vanguardia del día 28 de noviembre de 1922

Por supuesto la Golondrina nº 2 pasó a la historia y el vapor Nº 1 de la Compañía Arrendataria de Tabacos se supone que continuó con sus labores marítimas.
El vapor Infanta Isabel de Borbón, de la Compañía Transatlántica, fue vendido a una naviera Japonesa y fue rebautizado como Midzuho Maru.

El Midzuho Maru estuvo prestando servicio hasta el 21 de septiembre de 1944.
Durante la Segunda Guerra Mundial, fue torpedeado y hundido por el submarino estadounidense USS Redfish (SS-395).


A continuación un pequeño detalle de mi primera novela Max, una Historia de los 80s, donde relato lo que podría ser un sábado cualquiera en las Ramblas de Barcelona en la década de los ochenta. La parte del capítulo donde cuento como las familias se acercaban hasta las Golondrinas del puerto.

Texto extraído del capítulo 10 – Samanta

Las Ramblas seguían con su actividad normal. Los quioscos llenos de periódicos que eran ojeados por los paseantes matutinos. Llegaba a mis oídos el inconfundible sonido del vapor de las cafeteras calentando el cazo de leche para los desayunos de las cafeterías cercanas. Señoras que iban al mercado de la Boquería para hacer las compras del sábado y los típicos jubilados que se agrupaban para hablar de política, toros o fútbol cerca de la fuente de Canaletes. Parecía que la ciudad continuaba con su ritmo de vida habitual, ajena a lo que acontecía en el interior del banco.
Hice unas cuantas fotos de personas pasando por delante de las ventanas del banco ignorando lo que estaba pasando dentro. Familias felices que se disponían a pasar el día disfrutando de un soleado sábado de mayo en la Ciudad Condal.
Los fines de semana solían venir de los pueblos de los alrededores para disfrutar de lo que Barcelona les ofrecía: Las paradas de flores y de pajaritos, el mercado de la Boquería, y un gran paseo que les llevaba desde el tren hasta el mar. Allí les compraban a sus hijos una bolsa de pipas y se sentaban a mirar los barcos.
Algunos compraban el abono familiar para montarse en las “Golondrinas”, esos barquítos de dos plantas que navegaban entre los barcos del puerto y te llevaban desde el Portal de la Paz al Rompeolas. Una vez allí, les compraban a sus hijos una caña de pescar con un cangrejo de plástico atado al final del hilo. Los niños jugaban a pescar mientras sus padres hacían el vermut en el restaurante Porta Coeli. Parecía un día normal de primavera para ellos. Para mí, solo era el comienzo de una larguísima jornada laboral improvisada
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