De cuando se utilizaban los objetos y se amaba a las personas

Unas décadas atrás cuando aún no éramos muy conscientes de lo que nos iba a deparar el futuro y por lo cual éramos la mar de felices. Disfrutábamos como locos cuando nuestros padres organizaban una salida en coche a algún pueblo cercano para disfrutar de un copioso picnic a base de tortilla de patatas, carne empanada, Coca-cola para los pequeños y una bota de vino para los mayores, con muchas aceitunas y patatas fritas de bolsa.

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Eran tiempos en los que el coche era uno más de la familia, una época en que un piso en Barcelona costaba lo mismo que un pequeño utilitario, no como ahora que cuesta lo mismo que un súper coche de lujo. Coches de lujo ostentosos que por cierto dicen mucho de las superficiales personas que los conducen.
Los coches en ocasiones tenían rasgos antropomorfos, unos eran sonrientes y otros malcarados pero todos con mucha personalidad y un olor característico y agradable que te hacia pensar en vivir aventuras lejos de casa para nosotros, aunque la mayoría de las veces no superaban los cincuenta kilómetros de distancia.
Recuerdo el Seat 600 de mi familia de un color verde muy original y con cara de simpático sonriente, con los accesorios que vendían para decorar el interior y el exterior del cochecíto. Objetos como un perro que novia la cabeza, un portafotos de “Papá no corras” o unos pequeños muñecos de goma que colgaban de una ventosa enganchada en el parabrisas.

Para el exterior del coche existían todo tipo de embellecedores y adhesivos de ojos, flores hippies o agujeros de bala, de Rioleón Safari, Montserrat, o cualquier población visitada digna de ser recordada.
Como decía antes, aquellos coches tenia personalidad propia y cara de persona, por lo que los pequeños de la casa llegábamos a cogerles cariño y llorábamos cuando el coche pasaba a mejor vida y la grúa se lo llevaba ante nuestros llorosos ojos.
Épocas de fantasía e imaginación desbordada, sin tecnología digital, sin ordenadores ni teléfonos móviles. Un tiempo de botellas de cristal, sin latas de refresco ni botellas de plástico o tetrabriks contaminantes. Todo se reciclaba o se arreglaba cuando se estropeaba, incluso las relaciones humanas. No existía la obsolescencia programada y los aparatos duraban toda la vida si los tratabas bien. Coches, televisores, radios y demás eran como de la familia, supongo que por los años que estaban entre nosotros alegrándonos la existencia.
Una época que muchos añoramos y no solo por babosa nostalgia, más bien por la calidad de los objetos y las personas que no andaban sumergidas en una sociedad que idolatra el consumo de objetos inútiles y a las «falsas» amistades de las redes sociales.
Todo era mejor cuando se utilizaban los objetos y se amaba a las personas, no como ahora que es todo lo contrario. Escenas recordadas de un pasado que hoy son mostradas como un objeto decorativo de lo mas efímero. Escenas que se expondrán hasta que lo vintage pase de moda y quizá lo releve otra época no vivida por los que dictaminan las tendencias. Igual nos sorprendan con un nuevo auge de la cultura atómica de los cincuenta y su familia nuclear tan americana como falsa.

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